jueves, 14 de mayo de 2009

Biografia de Marie Curie

Física nacida en Varsovia (1867). Ganó el Nobel de Química y el de Física. Murió en Sallanches, Francia (1934)
MARIE CURIE ES UNO DE LOS GRANDES personajes de la ciencia del siglo XX que se ha convertido en una referencia inexcusable a la hora de hacer balance. Si hubiera que buscar un parangón español, ése sería, sin duda, Santiago Ramón y Cajal. Pero, en el caso de Marie Curie, su condición de mujer además le otorga una significación especial como adelantada de una dirección que ha caracterizado, también muy especialmente, la civilización del siglo que termina.
María Sklodowska pudo optar por lo más cómodo, dentro de las circunstancias nada fáciles que atravesaba su Polonia natal, o lanzarse a la aventura de colmar sus ambiciones científicas. No lo duda y se traslada a Francia, a la sazón uno de los emporios del saber. Y aquí comienza un itinerario modélico.
Todo científico necesita apoyarse en una sólida preparación básica y continuarla luego con un esfuerzo ininterrumpido a lo largo de su carrera. Así, Marie Curie acomete con entusiasmo el estudio de las licenciaturas de Física y Matemáticas para continuar luego con sus investigaciones específicas.
En todo descubrimiento puede haber algo de casual, sin embargo, siempre es fruto de un trabajo constante. A Marie le intrigaba la naturaleza de las radiaciones que desprendían los compuestos de uranio y se puso a comprobar la radiactividad de las diversas muestras de la colección de minerales de la escuela de Física. Constató que era más fuerte de lo que podía preverse a tenor del uranio o torio que contenían. Repitió una y otra vez el experimento. Su tenacidad le fuerza a buscar una hipótesis: existe una justificación para esta excepcional radiación, una sustancia desconocida mucho más radiactiva que el torio y el uranio. Y así llegó a descubrir dos nuevos elementos: el polonio y el radio.
Marie Curie fue una gran persona. Siempre estuvo dispuesta a admitir el error y a rectificar, lo que es una cualidad verdaderamente indispensable para llevar a buen puerto la investigación científica. Tuvo también una gran conciencia social y sintió con hondura la vinculación con su Polonia natal y los deberes que de ésta se desprendían. Su trabajo con los heridos de la I Guerra Mundial, que tanto se ha comentado, no es sino concreción de una actitud que la acompañó durante toda su vida.
Marie Curie no fue nunca engreída. El respeto y la admiración a la cultura de su padre, la ternura hacia su madre, el cariño por sus hermanos, los desvelos por la educación de sus hijas, forman un entramado vital que muestra a las claras la caricatura que supone identificar al gran científico con el monstruo egocéntrico y deshumanizado. Como toda persona verdaderamente grande, Marie Curie se caracterizó por su sencillez. Ofreció un testimonio como el que hace poco ha dado entre nosotros Severo Ochoa. Ni el Premio Nobel de Física, compartido con H. Becquerel y Pierre Curie (1903), ni el Premio Nobel de Química (1911) alteraron su personalidad. Para ella lo importante era la satisfacción del deber cumplido.
En este fin de siglo, tan dado a los científicos-estrella, tan proclive a incurrir en los dimes y diretes que oponen sin matices recuperación de cerebros en el extranjero y endogamia académica, Marie Curie, una de las figuras indiscutibles de la investigación del siglo XX, tiene para toda la comunidad científica un valor excelso de ejemplo y lección. Después de todo, al mirar hoy la figura de madame Curie, los principales elementos en que debemos fijarnos no son propios de este siglo, sino que pertenecen al orden de lo permanente y universal.

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